Entrevista a Amaral, en El País
Aquí dejo una crónica muy bien relatada, por Guillermo
Abril, que ha tenido el privilegio de estar con estos dos pedazo de artistas durante las mezclas del disco, y
además con productores, colaboradores del grupo… Os dejo la entrevista y también este vídeo, espero
que os guste:
Amaral, ruta salvaje
La situación es la siguiente: Eva Amaral se ha
retirado sin hacer ruido a la parte trasera del camerino, que en realidad se
parece mucho al vestuario de cualquier polideportivo. En un banco corrido con
forma de u se encuentran sentados Toni Toledo, exbatería de Sexy Sadie; Jaime
García Soriano, excantante y guitarrista de la misma banda; un bajista
británico llamado Chris Taylor y Juan Aguirre, el tipo del gorro, la otra mitad
de Amaral. Charlan con un punto impulsivo y hay restos de una cena tipo bufé. La
luz recuerda a la de un laboratorio, y el calor hace asomar perlas de sudor en
la frente. Sin que nadie pueda determinar el momento en que comenzó a oírse,
una voz ha empezado a brotar desde las duchas y los lavabos. El timbre va
paseando por diferentes notas desde lo más hondo hasta lo más estridente,
extendiéndose como un abanico y reverberando por la estancia. Aguirre murmulla:
"Es Eva calentando".
Uno podría establecer el inicio de su metamorfosis
probablemente en este instante, pero quizá ocurriera unos minutos atrás,
mientras se cepillaba los dientes frente al espejo, o cuando surgió también sin
hacer ruido envuelta en un vestido de lentejuelas verde esmeralda con el pelo
suelto. Eva Amaral tiene 39 años y resulta tímida y huidiza cara a cara. Suele
esconder las manos entre las piernas, y habla bajito y hacia adentro. No se
siente cómoda en el primer plano. Una amiga suya había avisado: "Se
transforma en el escenario. Se vuelve una fiera". Como si viviera atrapada
entre ella misma y un álter ego que solo surgiera cuando se encienden los focos.
Cuatro horas antes, en el ascensor del hotel, su voz parecía un hilo, pero
empezaba a acusar, según dijo, los primeros síntomas de la extraña mutación:
"Bipolaridad, comportamientos extraños...".
Ahora Eva se ha sentado junto a
Aguirre y expulsa aire por una de sus fosas nasales mientras cierra la otra con
el pulgar, quizá un rito más para desalojar a su otro yo. Sus ejercicios
producen un efecto inmediato en el resto de la banda. "Yo también voy a
calentar", y Aguirre se levanta como si el banco quemara, apoya las palmas
de sus manos contra la pared, forzando un ángulo obtuso. Aparece el mánager del grupo, desea suerte, besa a la artista, cierra la
puerta. La puerta vuelve a abrirse. Presu, el road
manager: "15 minutos, más
lo que dure el vídeo". Coloca una maleta en el suelo. Extrae los
auriculares. Ayuda a Eva a colocarse el receptor inalámbrico en el cuello del
vestido y lo enciende. Toda la banda se encuentra de pie. Juan bromea sobre su
piel: alguien ha propuesto salir a tocar desnudos; él, dice, necesitaría
pintarse el cuerpo para que el público pudiera verle. Siguen estirando como por
acto reflejo, dan saltitos, hasta que alguien sale del bucle: "Qué calor.
Vámonos de aquí". Al otro lado de la puerta, un cartel dice:
"Amaral". La banda se adentra en un pasillo oscuro. Desde otro
vestuario, una voz grita: "¡Suerte!". Eva va en cabeza. En su espalda
brilla una luz roja. Hay 14.000 personas esperando al otro lado.
Un mes antes, a principios de julio, Eva y Juan se
encontraban sentados a la mesa de un restaurante neoyorquino. Acababan de salir
de los Electric Lady Studios, construidos por Jimi Hendrix en un sótano del
Greenwich Village. Michael Breuer se había quedado aplicando las últimas
pinceladas al tema Riazor. Los músicos le habían dado instrucciones tipo:
"Es importante que en esta canción la rick [Rickenbacker,
una marca de guitarra] se oiga superdura. Y que las 12 cuerdas suenen a dolor".
Cuando se pasaron a escuchar el resultado, Breuer estaba frente a una mesa de
mezclas de tres metros, en calcetines. Oyeron la canción dos veces y Amaral
dijo: "Sounds amazing [suena increíble]", pero planteó un problema
con la "distorsión de las ricks"; Aguirre mencionó el "guitar
density", y Juan de Dios Martín, su productor, añadió algo sobre "un
pitido antes del chorus B". Breuer, que es de elevada estatura y ha
mezclado discos con Dylan y Coldplay, dijo: "¡Estáis apuñalando mi
lienzo!". Medio en broma, pero aun así. Para la siguiente canción no pidió
indicaciones.
El estudio conservaba un aire
setentero, con decoración amerindia y luz psicodélica. En un folio colgado se
podían leer las 12 reglas del productor Brian Eno para cocinar un buen disco;
entre ellas: "Guisarás como un italiano". Quedaban dos canciones por
mezclar. Hombre de pocas palabras, Breuer dijo: "Acabaremos mañana, podéis
celebrarlo". En la calle comenzó a llover. Y el trío formado por Juan,
Juande y Eva se guareció en una pequeña tienda de discos. Aguirre encontró el
último elepé de Bon Iver en vinilo, y Eva se llevó un CD de Bob Dylan que luego
regaló. Enfrente había un pequeño restaurante de aspecto parisino, en el que
servían gazpacho soup. Nadie se fio, salvo Aguirre. Cuando lo tuvo delante,
adoptó un gesto gamberro: "¿Así que ahora queréis probarlo?".
Juan Aguirre, de 42 años, suele
caminar por el lado en sombra de la calle, igual que se cubre con un gorro el
cuero cabelludo, según dice, para proteger su piel evanescente de los rayos
ultravioleta. En Nueva York, donde esos días celebraban el Día de la
Independencia, un herpes comenzó a asomarle en la comisura de los labios. En
España acababan de detener a la cúpula de la SGAE, y Aguirre aprovechaba
cualquier momento para hablar del asunto, por ejemplo: "Estamos rodeados
por mucha gente a la que la música se la pela. Lo único que les importa es hacer negocio".
También empleó los 15 días en la ciudad para comprarse dos guitarras antiguas y
un pedal compresor. "Juan no es un guitarrista al uso", suele decir
Eva. Es obsesivo y perfeccionista, "como un ciborg". Cuando componen,
normalmente llega el primero al local de ensayo, en bicicleta, y se va el
último, de madrugada, siempre en busca de esa frase con la que apuntalar el mapa de guitarras. Según Eva, "sabe aprovechar los huecos que deja mi voz".
Anda siempre como metido dentro de su cabeza y desciende a la tierra
preguntando: "¿Eso quién?" o "¿qué onda?". Cuando se dirige
a Eva, lo hace llamándola "Evur". Se entienden con cruzar una mirada.
Antes de conocerse, él estudiaba filosofía y tocaba en una banda llamada Días
de Vino y Rosas. Grabó un disco y su canción Biarritz fue
premiada como la mejor de 1991 en el espacio Diario pop,
de Radio 3. La banda tocó junto a Los Planetas y Los Hermanos Dalton. Luego se
separó.
Cuando hablan, Eva y Juan parecen siameses: los huecos
de uno los completa el otro y casi siempre concluyen su argumento con
entonación abierta, por si hubiera algo que añadir. Igual que cuando tocan. Por
ejemplo, el día en que se encontraron:
Juan. Sí, en un bar de Zaragoza.
Eva. Era la trastienda del bar en realidad,
¿no? Había un estudio de grabación chiquitillo. El guitarrista de mi grupo era
el técnico. Mi grupo estaba grabando maquetas e invitó a Juan a grabar unas
guitarras.
Juan. Para una canción o dos... Conocí allí
a Eva. Y nada, nos hicimos colegas. Luego nos veíamos por ahí, salíamos por la
misma zona de bares [...], pero no sabíamos que íbamos a hacer un grupo juntos.
Eva. En aquel momento no, pero yo sí quería
hacer música sin conocerte. Yo ya tenía mi grupo.
Juan. Claro, claro, yo también.
Eva. Pues eso.
Cuando se conocieron, en 1992,
Eva tocaba la batería en un grupo punk y cantaba en otro. Solían
encontrarse a la puerta de la Escuela de Artes y Oficios, donde estudiaba ella.
Fueron pareja ocho años. Hoy se incomodan si un fotógrafo les pide que se
besen. Rompieron durante la grabación del segundo disco. En el restaurante
comentaron si aquello hizo tambalear el grupo:
Juan. Yo creo que no, ¿no?
Eva. Hombre, fue un momento difícil, pero
de nuestra relación. En ese momento ni nos planteábamos el tema del grupo. Sino
el de: vamos a ver, hemos estado ocho años juntos y... nos queremos un huevo,
pero...
En las letras de Amaral se puede
rastrear su biografía, aunque les cuesta reconocerlo, sobre todo si se refieren
a las capas más soterradas. Juan dice que sería como psicoanalizarse. Componen
ambos y no se adjudican la autoría absoluta de ninguno de sus temas. El elepé
que editan a finales de septiembre, el sexto de su carrera, lo han titulado de
manera gráfica: Hacia lo
salvaje. "Un disco no tan pop,
más rock, desesperado", dice Juan. En el estudio, frente a la mesa de
mezclas, pedían una y otra vez: "¿Puedes subir las guitarras un poco
más?". Breuer torcía el gesto: "Es vuestro disco". La letra de
la canción que da título al álbum comenzó a esculpirse en la cabeza de Eva a
partir de un recuerdo de infancia: "Me inspiró la historia de un señor que
vivía en una gruta, el ermitaño. Me fascinaba el personaje. Creo que el sueño de
cualquiera es un poco eso: romper con lo establecido y vivir en absoluta
libertad...".
El dj y crítico musical
Jesús Ordovás intuye algo más en ese camino asilvestrado y en la letra de la
canción. "La veo muy autobiográfica, de cómo dejan Zaragoza y se plantan
en Madrid". Después de conocerse, Juan y Eva comenzaron a tocar juntos. No
eran una formación cerrada y seguían coqueteando con distintos grupos, pero
intuían que a solas "se creaba algo especial". Agotaron el circuito
de bares de Zaragoza, y Ordovás los invitó a grabar un directo en los estudios
de Radio 3, en Madrid. Aquel programa, quizá sea una casualidad, se llamaba Sesiones salvajes. Eva apareció con una biografía de Dylan bajo el brazo, para que
Ordovás, su autor, se la dedicara. Tocaron cinco canciones, entre ellas No sé qué hacer con mi vida, que incluyeron en su primer álbum, y una versión de
Patti Smith. Siguieron visitando Madrid "en plan nómada": dormían en
casa de amigos, tocaban en algún garito y volvían a Zaragoza. Después
decidieron establecerse en el barrio de Huertas y de noche recorrían las salas
pequeñas. Hablan con nostalgia de aquella época. "Veíamos el rock o el pop como una válvula de escape de una realidad que no nos
gustaba demasiado".
Jesús Ordovás asistió a varios de aquellos conciertos a los
que iban "10 o 12 personas" y compara la trayectoria de Amaral con la
de Dylan, quien se pulió las suelas caminando de local en local por el
Greenwich Village, hasta que lo fichó la CBS y lo transformó en una estrella. Una
noche de 1998, después de tocar en La Boca del Lobo, se les acercó un tipo de
Virgin Records, una discográfica mediana que después absorbió EMI, y les
ofreció grabar un disco. "Empezamos siendo un grupo muy pequeñito",
dice Juan. "El primer disco funcionó un poquito; el segundo, un poco más.
El tercero explotó". Hoy, Eva y Juan no pueden dar un paso sin que un
corro de gente los frene y les reclame una foto. Han vendido dos millones de
discos en una época en que la industria se tambalea, han ganado dos veces el
galardón al mejor grupo español de los MTV European Awards y, a finales de
2010, el Ministerio de Cultura les concedió el Premio Nacional de las Músicas
Actuales. Juan dice, sin embargo, que siempre han intentado evitar convertirse
en un grupo "aburguesado": "El mismo espíritu de cuando llegamos
a Madrid a tocar en los bares sigue. Hemos aprendido muchas cosas, nos hemos
abierto a influencias y hemos perdido la ingenuidad, aunque seguimos metiendo
la pata en ruedas de prensa".
En junio, poco antes de salir de
viaje a Nueva York, Amaral congregó a la prensa para anunciar que su próximo
disco lo editarían con su propio sello, al que bautizaron Antártida, como otra
de las canciones del nuevo elepé. Ante el micro, Juan dijo un "no me
toques los huevos" que parecía dirigido como un obús al entonces ministro
Rubalcaba por haber empleado el título de uno de sus temas más famosos, Sin ti no soy nada, en una respuesta a un diputado del PP. Reconoce que
fue un error -"me pongo nervioso en las ruedas de prensa"- y que
apenas había dormido. En privado, días después, llegó a admitir que sentía
cierto aprecio por el político. Pero aquel exabrupto acabó robando los
titulares al mensaje: Amaral abandonaba la discográfica EMI Music, una de las
cuatro grandes, editora de The Beatles y Pink Floyd, y publicaría el próximo
disco por su cuenta y con aire "familiar". Eva dijo: "A veces,
las grandes compañías son reacias a explorar nuevos caminos". Juan
prefirió criticar un modelo de fusiones y capital riesgo: "No cuestionamos
a las personas, sino las corporaciones". EMI acababa de ser adquirida por
el gigante financiero Citigroup, incapaz de saldar una deuda de 4.000 millones
y de adaptarse a una era de vacas flacas y archivos digitales. "Hay mucho
por explorar en este terreno", dice Eva. "Y realmente vamos a seguir
haciendo solos lo que ya hacíamos, que era gestionar todos los
aspectos...". Se detiene un instante y añade: "¿Y por qué no lo voy a
hacer yo?", como un zarpazo.
La luz roja sigue brillando en su espalda. Si uno le abriera a Eva
la cremallera del vestido de lentejuelas, podría ver un enorme dragón tatuado
en su espalda. Una persona que la conoce desde sus primeros pasos musicales
define a Eva como una "mujer leona", pero, una vez más, "solo en
el escenario". En casa convive con varios gatos, animal doméstico y a la
vez salvaje con el que comparte cierta bipolaridad. Su correo electrónico no
lleva su nombre, sino el de un gran felino capaz de atravesar cráneos con su
mordedura. A oscuras, dos minutos antes de salir a tocar en el festival de
música Sonorama, en Aranda de Duero (Burgos), una niña de unos siete años quiso
colarse en elbackstage, pero
un gorila frenó en seco su trayectoria. Eva se acercó, apartó al tipo y apretó
a la niña contra su vientre. Luego, la banda formó un corro, como un equipo de
baloncesto. Juan salió el primero al escenario, mientras sonaban unos acordes
de la Velvet Underground, ofreció su guitarra al público y se colocó en su
sitio de siempre, un poco en sombra, a la derecha de Eva. Ella tomó el centro
con una clave en las manos y marcó el ritmo de una breve introducción, quizá su
último rito de transformación. Con el primer solo melódico de Aguirre, ella
trazó una parábola eléctrica con su melena, agarró el micro y proyectó su voz:
"Porque no importa el porvenir / creímos en el rock & roll / por eso estamos aquí / equivocados o no", y así
desplegó su adrenalina durante hora y media.
Por la mañana, Eva contó que había perdido la noción
de lo que estaba sucediendo ahí arriba después de su primer golpe de cabeza.
Para explicarse, mostró un hematoma del tamaño de un puño en el muslo. No
recordaba cómo se lo había hecho. Su voz volvía a fluir con un tono manso y
retraído.
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